Nos encontramos en pleno verano en el hemisferio norte, y con él, ha llegado el calor y en muchos casos, las vacaciones. Pero para los que no tenemos la suerte de poder disfrutar de unos días libres, siempre podemos usar nuestra imaginación. Cerrando los ojos un momento, podemos situarnos en cualquier playa paradisíaca de arena blanca.

Si nos damos un tiempo y respiramos hondo, casi se puede escuchar el rumor de las olas rompiendo, e incluso sentir el calor reconfortante del Sol abrazando nuestra piel. En este mundo idílico que hemos creado, si miramos a la derecha, una hilera de palmeras delimita el borde entre la playa y el bosque, y, coronando su tronco largo y estilizado, cocos. Para un náufrago, estos cocos pueden suponer la diferencia entre la vida y la muerte gracias al agua que contienen, pero ¿y para ti?, ¿cómo podría un coco salvarte la vida?

Todo comenzó con un dolor de cabeza

La respuesta vino de la mano de una situación médica de urgencia que ocurrió en 1999 en las islas Salomón, cerca de Australia. El día 22 de noviembre, un paciente de iniciales I.A. se encontraba tranquilamente en su casa cuando notó una sensación extraña en la cabeza. “Aquí viene otra vez”, pensó. En los últimos años ya había tenido cuatro episodios similares: un dolor de cabeza intenso, un hormigueo que le recorría los músculos, sensación de agotamiento durante unos días y vuelta a la vida normal. Sin embargo, esta vez iba a ser algo diferente.

Los pinchazos en la cabeza comenzaron suaves y fueron aumentando poco a poco. I.A. esperó pacientemente a que se detuvieran, como en las otras cuatro ocasiones, pero esta vez no parecían querer parar. El dolor dentro de su cabeza se volvió insoportable, tanto, que le hizo tambalearse y caer al suelo. Sin embargo, I.A. no sabía lo que realmente le estaba sucediendo. Esa caída no era por el dolor, sino que la mitad izquierda de su cuerpo había dejado de responder. Intentó gritar, pedir auxilio, que alguien le escuchase, pero al no poder mover la mitad de su cuerpo, le resultó imposible articular las palabras.

Afortunadamente, tras quedar tendido en el suelo durante unas horas, el dolor empezó a desaparecer. Poco a poco volvieron las sensaciones a su lado izquierdo y, al final, consiguió incorporarse, aunque muy débil. I.A. estaba asustado, era la quinta vez que le pasaba algo similar y no creía que pudiese soportar una sexta. Por ello, con todas las fuerzas que le quedaban, se desplazó hasta el hospital más cercano: el Hospital Atoifi.

¿A salvo?

El hospital tenía lo justo y necesario para las actividades del día a día. Apenas 100 camas, un viejo aparato de radiografía y una sala de operaciones que casi siempre estaba vacía. Los médicos solían tratar cortes y traumatismos, que eran habituales en la isla. Pero cuando entró I.A. y les contó su caso, sus expresiones cambiaron, se miraron entre ellos y activaron el protocolo por infarto cerebral.

Este protocolo incluía ingresar y encamar a I.A. para mantenerlo bajo observación. Allí, notaron que el corazón de I.A. no seguía el ritmo habitual, sino que sus latidos eran irregulares. Tras administrarle los medicamentos habituales en estos casos, los médicos dejaron a I.A. descansar. Pero este descanso no duró mucho, el segundo día dejó de poder tragar la comida, por lo que hubo que intubarlo para alimentarle. Así estuvo durante 34 días, recibiendo comida por un tubo, cuando finalmente sucedió la verdadera catástrofe.

El cuerpo de I.A. rechazó el tubo que le mantenía con vida. Estaba muy débil, mareado y comenzó a sufrir espasmos que le ponían en grave peligro. El personal le retiró el tubo con cuidado, a sabiendas que comenzaban una cuenta atrás: si no conseguían hidratar a I.A. de alguna forma, moriría. No podían darle de beber, ya que su estómago arrojaba todo lo que le introducían, por lo que la única opción era pincharle otra vez el gotero. Pero había un ligero problema: se habían quedado sin bolsas de líquido y no contaban con las instalaciones para producirlo. Los médicos plantearon todos los escenarios: El hospital de Atoifi no tenía el dinero suficiente para un pedido aéreo, el hospital más cercano se encontraba a un día a pie, y el siguiente cargamento de recursos iba a llegar en dos días. La situación de I.A. era desesperada.

Darle al coco

Como se suele decir, las situaciones desesperadas muchas veces requieren tomar medidas desesperadas. El médico a cargo de I.A. recordó en ese momento la breve charla que tuvo con un pequeño grupo de médicos que había ido a la isla dos años antes. Originalmente, en Atoifi llamaron a esos médicos para aliviar la situación sanitaria del momento e intercambiar experiencias con otros hospitales. En una de esas charlas, hablando sobre la falta de recursos, uno de los médicos mencionó que en casos extremos se había utilizado el líquido del interior del coco directamente de forma intravenosa. Y estas palabras encendieron la bombilla dentro de la cabeza del médico de I.A. Se trataba de una práctica muy arriesgada, algo que en una situación normal ningún médico aconsejaría, pero era la única opción posible para mantener el paciente con vida.

Como si un capítulo de MacGyver se tratase, el médico envolvió el coco con una media ortopédica, hizo dos agujeros, y en uno de ellos enganchó el aparataje del gotero. Al situarlo en alto, las gotas blanquecinas del interior del coco comenzaron a caer y a recorrer el entramado de tubos hasta llegar a la vena de I.A. Allí quedaron los médicos, aguardando por si no funcionaba, esperando un espasmo, una reacción, algo. Por suerte, el paciente parecía aceptar el tratamiento. Al cabo de unas horas, el agua del primer coco se acabó, por lo que pusieron un segundo, luego un tercero, y finalmente un cuarto. Al acabarse este último, el paciente había recuperado la capacidad de tragar, y solo 3 días después de la decisión de utilizar coco, el día 30 de diciembre de 1999, I.A. pudo volver a casa. Tras unos meses se recuperó completamente, sin secuelas posteriores.

¿Por qué funcionó?

Esta no es la primera vez que se utilizaba agua de coco por vía intravenosa. De hecho, el primer uso documentado de la aplicación médica de este líquido la encontramos en Cuba en 1942, en un estudio sobre sus propiedades nutricionales en pacientes pediátricos. El estudio se centraba en la ingestión de leche y agua de coco como solución nutritiva, pero también se probó la inyección directa del agua de coco en vena a diferentes concentraciones.

El agua de coco tiene una composición más similar al líquido intracelular que al extracelular, con altas concentraciones de potasio, calcio y magnesio. Además, contiene poco sodio, cloro y fosfatos, y es un poco más ácido que el plasma sanguíneo. También tiene azúcares y aminoácidos. Finalmente, la propia estructura del coco protege al líquido de los microorganismos, por lo que es generalmente estéril. Sin embargo, esto no lo convierte ni mucho menos en un líquido ideal, primero, las altas concentraciones de sales pueden causar problemas y, además, esta esterilidad no está garantizada, por lo que podrían causar una infección en el organismo que puede ser mortal. En el estudio realizado en Cuba también remarcan que una de las claves para evitar complicaciones es monitorizar de cerca la composición de la orina del paciente, la actividad cardíaca y la función renal, debido al estrés que supone para el cuerpo.

Esta técnica también se ha probado en otros animales con éxito, aunque, de nuevo, nunca se aplicaría a no ser que se tratase de un caso de emergencia. Estos estudios exitosos han sido realizados con ratas, perros y terneros donde se ha probado el agua de coco intravenosa y no se han observado secuelas posteriores en los animales.

En un mundo cada vez más globalizado y con acceso a más recursos, es menos habitual tener que recurrir a estos métodos desesperados. Siempre va a ser menos estresante para el cuerpo recibir un líquido intravenoso que haya sido médicamente testado, como indican los expertos consultados por nuestros compañeros de AFP. Desde 1999, el hospital de Atoifi no ha reportado más usos de agua de coco intravenosa ya que, probablemente, ahora se encuentren más preparados con los suministros adecuados para no tener que tomar estas medidas nunca más.

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