La Primera Guerra Mundial dejó una dolorosa huella en la memoria colectiva debido al uso masivo de armas químicas. Gas mostaza, cloro y otros agentes tóxicos habían causado estragos en los campos de batalla, infundiendo un profundo miedo y desconfianza en la población de distintas naciones.

Fue por ello que, junto con el desarrollo de un nuevo y más sofisticado armamento militar, durante la Segunda Guerra Mundial la humanidad se vio sumergida en un que abarcó diferentes aspectos de la vida cotidiana. Así, uno de los mayores temores de la época fue la posibilidad de ataques químicos, un arma devastadora que causaba pánico y angustia en la población civil. En consecuencia, las naciones involucradas en la Segunda Guerra Mundial tomaron medidas drásticas para prepararse ante una posible guerra química.

Sin embargo, el miedo a estos ataques no se limitó a los campos de batalla. La población civil también estaba en riesgo, por lo que las ciudades se prepararon para potenciales bombardeos químicos construyendo refugios antiaéreos equipados con filtros de aire y sistemas de alarma para advertir a los ciudadanos que pudieran minimizar los efectos nocivos de los gases venenosos y proporcionar alguna sensación de seguridad en medio del caos.

En este contexto, las máscaras de gas se convirtieron en una herramienta crucial para la protección individual. Muchas personas llevaron consigo estas máscaras en todo momento. Como se puede apreciar en esta fotografía tomada en Inglaterra,  incluso se desarrollaron carritos de bebé especialmente diseñados, equipados con cubiertas herméticas y filtros de aire, creando una barrera de protección adicional contra los gases tóxicos. Afortunadamente, a pesar de los temores y la preparación, los ataques químicos a gran escala nunca se llegaron a materializar en la Segunda Guerra Mundial. 

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