Un 11 de junio de 1895 se escribía en las páginas de la historia el nacimiento del automovilismo con la celebración de la carrera París- Bourdeaux- Paris, una prueba de resistencia de más de 1.200 kilómetros que partía de París y atravesaba la región de Burdeos para luego regresar a la capital francesa. 

En aquellos días, los vehículos de motor eran auténticas proezas de ingeniería en constante evolución, y la carrera Paris-Bordeaux-Paris enfrentó a los participantes a carreteras escarpadas, polvorientas e implacables, donde pilotos y copilotos vieron puesta a prueba tanto su resistencia y tenacidad como la de sus máquinas, haciendo frente a la escasez de combustible y piezas de repuesto. 

22 participantes, entre los que se contaban 13 vehículos con motor de explosión, 6 a vapor y uno eléctrico partirían de la Place de l´Etoile. Solo nueve, sin embargo, regresarían para cruzar la línea de meta.

El más rápido de la carrera, considerado entonces como un héroe, fue Émile Levassor, un audaz piloto al mando de un prodigio de la ingeniería fabricado por la compañía Panhard et Levassor. Con una determinación inquebrantable, Levassor dominó el desafío, completando el agotador recorrido en menos de 49 horas y demostrando la viabilidad de los vehículos a motor en las largas distancias. Su hazaña estableció un nuevo récord y dejó una huella indeleble en la historia del automovilismo. Sin embargo, debido a que la organización de la competición había establecido diferentes marcas para los vehículos biplaza y cuatriplaza, el ganador oficial fue Paul Koechlin, que terminó tercero con su Peugeot, 11 horas después.

Los ecos de la carrera Paris-Bordeaux-Paris resonaron más allá de sus límites geográficos. Fue un hito trascendental que encendió la pasión por los vehículos de motor y dio inicio a una era de progreso y desarrollo. La competencia impulsó a los fabricantes de automóviles a explorar nuevos horizontes, a perfeccionar sus creaciones y a desafiar los límites de la tecnología automotriz.

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