Las imágenes de una orca que cargó con el cadáver de su cría por las aguas heladas del mar de los Salish, en la provincia canadiense de la Columbia Británica, causaron gran revuelo en los medios de comunicación hace unos años. Parecía que el cetáceo había quedado consternado por el fallecimiento de su vástago, un comportamiento similar al duelo -aunque hasta ahora no ha sido descrito como tal por la comunidad científica- y documentado en otras especies, como los cuervos, de los que se sabe que se congregan alrededor de sus compañeros fallecidos. Lo que nunca se había visto es un insecto afligido por el fallecimiento de uno de sus congéneres, mucho menos hasta el punto de que le afectara a su propia salud. Es lo que ha descubierto recientemente un equipo de científicos de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos. Según sus conclusiones, cuando una mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) pasa junto a una o más compañeras muertas, queda marcada para toda la vida. Es más, sufren una grave aflicción que acaba acelerando el proceso de envejecimiento, a veces llevándolas a una muerte prematura.

Cuando una mosca de la fruta pasa junto a una o más compañeras muertas, queda marcada para toda la vida

El envejecimiento es un proceso complejo que puede verse afectado tanto por la genética como por el medio ambiente. Hasta la fecha los científicos sabían que las experiencias perceptivas, como las que experimentan estas moscas, pueden repercutir en su estado de ánimo y, por consiguiente, en su salud. Sin embargo, hasta la fecha se desconocía por qué sucedía. Hace años, científicos de la Universidad de Michigan habían informado previamente que las moscas de la fruta se muestran consternadas por la presencia de sus compañeras muertas. Ahora han encontrado al responsable. Sus conclusiones han sido publicadas recientemente en un artículo publicado en la revista PLOS Biology. 

Al parecer, la clave está en dos tipos de neuronas localizadas en el cerebro de la mosca, bautizadas como R2 y R4 y relacionadas con el receptor de serotonina llamado 5-HT2A.  “Ambas neuronas parecen actuar conjuntamente a la hora de integrar información sobre el entorno y regular el ritmo de envejecimiento”, afirma Scott Pletcher, uno de los autores del estudio, a National Geographic a través del correo electrónico.

Para realizar el experimento, los investigadores inyectaron una proteína fluorescente en los cerebros de las moscas vivas y registraron la actividad neuronal. Después activaron artificialmente esas mismas neuronas y descubrieron que la esperanza de vida se reducía cuando estas se activaban, aun cuando el insecto no se había encontrado anteriormente con un ejemplar muerto.

La clave, la serotonina

Las neuronas R2 y R4 estaban directamente relacionadas con un receptor de serotonina, un neurotransmisor que resulta clave en la regulación de los estados de ánimo y que ya se había relacionado con el envejecimiento. Según explica Pletcher, las moscas de la fruta tienen cinco receptores distintos para esta molécula, cada uno con una expresión diferente en el cerebro. Algunos de ellos, como el 5-HT2A, tienen efectos directos sobre el proceso de envejecimiento.

Más allá de la influencia de uno u otro receptor, lo relevante de la investigación es comprobar hasta qué punto afectan los procesos sensoriales en el envejecimiento de ciertos organismos, entre los que podríamos encontrarnos nosotros. Por ello, el estudio del cerebro de la mosca de la fruta, que acaba de ser cartografiado recientemente por investigadores del Laboratorio de Biología Molecular del Consejo de Investigación Médica de Cambridge, puede ser especialmente útil este y otros estudios similares. “El cerebro de la mosca y el humano son algo distintos, pero también tienen similitudes -explica Scott Pletcher- por lo que estos insectos son un modelo ideal para estudiar los procesos neuronales y sus efectos sobre el comportamiento y la fisiología y el envejecimiento”.

El estudio del cerebro de la mosca podría servir para investigar la depresión en humanos

Hay que tener en cuenta, explica el científico, que otros organismos largamente usados por los investigadores, como el gusano nematodo C. elegans, solo tienen unas 300 neuronas y no muestran la complejidad de comportamientos de los humanos y las moscas. En la actualidad existe un gran número de herramientas genéticas desarrolladas para monitorizar y modular la actividad de neuronas individuales en el cerebro de las moscas y observar sus efectos, explica, lo que ha dado lugar a nuevas vías de investigación para el estudio de enfermedades humanas, como la depresión. “Además, muchos (o quizá la mayoría) de los procesos que hoy se estudian en ratones o en humanos se descubrieron primero en sistemas más simples, como nematodos y moscas”, sentencia el científico. Nunca hubiéramos pensado que podríamos ser tan parecidos a las denostadas moscas de la fruta.

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