Introvertido, tímido, excéntrico, antisocial y misógino. Cuentan que no veía a nadie, tan siquiera a su familia más cercana, o que se comunicaba con sus sirvientas a través de notas escritas. Pudiera parecer que nos estamos adentrando en la descripción de un supervillano arquetípico; un personaje que, además de operar en la una especie de discreta clandestinidad, se convertiría en una de las personas más ricas del Reino Unido durante el siglo XVIII. Sin embargo, la figura de Henry Cavendish no es otra que la de uno de los genios más brillantes, y a la vez incomprendidos, de su época. Una mente privilegiada que, desde las sombras, iluminaría los campos de las matemáticas, la física y la química. 

La historia de Henry Cavendish comienza un 10 de octubre de 1731, en Niza, Francia, entonces territorio del Reino de Cerdeña, en el seno de una familia de alta cuna. Fue el mayor de dos hermanos cuya infancia, a causa de la muerte de su madre al dar a luz a Frederick, el más pequeño de ambos, se desarrolló bajo la figura de su padre, Lord Charles Cavendish. 

Henry y Frederick permanecerían bajo la tutela de su padre, el tercer hijo del Duque de Devonshire, hasta que el primero cumplió los 11 años, momento en que se matriculó en la escuela de Newcome, en Hackney, situada al este de Londres. A los 18 años, ingresaría en Peterhouse, unos de uno de los colleges más antiguos y prestigiosos de la Universidad de Cambridge, donde, sin embargo, nunca llegaría a graduarse. 

De Canvendish se decía que era tímido, que se sentía incómodo en sociedad, y que evitaba el contacto con otras personas siempre que le era posible. Incluso se ha llegado especular con que padecía un trastorno neurobiológico del espectro autista, el entonces completo desconocido síndrome de Asperger. También que era un alumno aplicado, aunque callado y ensimismado. Tras abandonar la universidad regresaría con su padre, en cuya residencia pronto montaría su propio laboratorio, famoso por sus instrumentos y artilugios. Fue, de hecho, su propio padre, quien en 1758, cuando Henry tenía aproximadamente 27 años, introdujo a su hijo en la Royal Society de Londres, uno de los pocos entornos en los que se sabe que Henry Canvendish, dentro de sus peculiaridades, se relacionó de una forma relativamente cómoda. 

Durante los años siguientes, al igual que su padre, Henry Canvendish viviría una vida al servicio de la ciencia. Participó activamente en el Consejo de la Royal Society de Londres, y su interés y experiencia en el empleo de diferentes instrumentos le granjearon una notable reputación entre sus colegas, quienes llegaron a referirse a él como el Honorable Henry Cavendish, llevándole a encabezar un comité para la revisión de los instrumentos del Real Observatorio de Greenwich, además de otros artilugios meteorológicos. 

La vida de Cavendish se vio notablemente influenciada por dos acontecimientos principales: la herencia de más de un millón de libras a la muerte de su tío, y el fallecimiento de su padre, tras el cual Cavendish comenzó a trabajar en estrecha colaboración con Charles Blagden, quien ayudó a mantener el mundo alejado de Cavendish, mientras mantuvo a este en contacto con la comunidad científica. 

Pese a convertirse en una de las personas más pudientes del Reino Unido, el dinero no hizo mella en la personalidad de Cavendish. Nunca se casó, ni tuvo hijos, y continuó llevando una vida en semi reclusión dedicada a la ciencia. Durante su esta no publicó ninguna gran obra, pero si varios artículos de gran influencia en los que trataría las disciplinas más variadas, desde la óptica, pasando por la mecánica y el magnetismo, hasta la física y la química. 

Fue así que su fama, aunque tardía, se forjaría al margen de la sociedad y en las sombras, desde las que se cartería con varios de los científicos más prominentes de su época. Su primer gran descubrimiento, el de la composición del agua, se remonta al año 1766 y fue recogido en un artículo titulado Experiments on Factitious Air, el primero que presentó a la Royal Society. En el relata como aisló y descubrió varios gases, entre ellos el hidrógeno, el anhídrido carbónico o el dióxido de carbono, y como a partir de varios experimentos estableció que el agua estaba compuesta por dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno.

La química de los gases revelada por Cavendish resultaría crucial durante la segunda mitad del siglo XVIII, abriendo el camino a la posterior reforma de la química del francés Antoine-Laurent Lavoisier, generalmente conocida como la revolución química. Sin embargo, sus experimentos, entre otros sobre el calor o la composición de la atmósfera, no se limitaron al campo de la química. 

Así 5 años después, Cavendish volvería a sorprender con ​​una teoría integral sobre  la electricidad sustentada en una base matemática y experimental. Y aunque gran parte de sus trabajos permanecieron ignorados durante un siglo, a él se le deben los conceptos del potencial eléctrico o la proposición de la ley de atracción entre cargas eléctricas, hoy conocida como Ley de Coulomb. 

Sus experimentos eléctricos y químicos comenzaron cuando Cavendish aún vivía bajo el paraguas de su padre. La muerte de Lord Charles, no obstante, motivaría que el esquivo científico comprara una nueva vivienda en Clapham Common, al sur de Londres, donde estableció un laboratorio ya entonces conocido como «El palacio de la ciencia».

Fue en este contexto que vería la luz su trabajo titulado Experiences to determine the density of the Earth, en 1798, en el que gracias a un experimento hoy conocido como el Experimento Cavendish o de la Balanza de Torsión, determinó con gran exactitud que la densidad de la Tierra era 5,45 veces mayor que la densidad del agua.

Su experimento, además, también demostraría experimentalmente que la Ley de la Gravedad de Newton se cumplía igualmente para cualquier par de cuerpos, y del mismo modo resultó crucial para ya en el siglo XIX, calcular la constante de gravitación universal (G), una de las constantes universales de la naturaleza. 

Sin embargo, pese a sus grandes aportes, debido al semblante y personalidad de Cavendish, la mayoría de sus experimentos, hipótesis, artilugios y experimentos solo serían reconocidos décadas después, cuando sus escritos fueron publicados por el científico escocés James Clerk Maxwell. 

Su vida se apagaría un 24 de febrero de 1810 a causa de una enfermedad, siete años después de pasar a formar formalmente parte de la Royal Society. Aunque un total incomprendido en su época, hoy, más de 200 años después, su legado y nombre siguen vivos en el lugar que corresponde a uno de los científicos más notables de todos los tiempos. 

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