La naturaleza es una fuente inagotable de sorpresas. A veces, los mecanismos en los que las distintas especies interactúan pueden llegar a fascinarnos. Un ejemplo sorprendente lo encontramos en nosotros mismos, los humanos, ya que por increíble que pueda parecer, más de la mitad de las células nuestro cuerpo no son humanas, si no que este está conformado por cerca de un 50% de bacterias. Es decir en nuestro cuerpo habita una célula bacteriana por cada célula humana.

Esto responde a un tipo de relación establecida entre distintas especies conocida como mutualismo cuando las dos se benefician de la relación, o simbiosis cuando ambas especies se necesitan mutua e imperiosamente para sobrevivir. En cierto modo es algo intuitivo, fácil de comprender, ya que se trata de una asociación destinada a garantizar la supervivencia de las especies.

Sin embargo, otras relaciones en la naturaleza, pueden resultarnos más enigmáticas. Es el caso del canibalismo. A ojos de los seres humanos, o la mayoría de ellos, al menos, en la actualidad y en nuestra cultura, comerse a un semejante puede resultar una idea tan sobrecogedora como espeluznante. No obstante, pese a lo contraintuitivo que puede resultar, el canibalismo en la naturaleza, como casi todo en ella, está destinado a cumplir un propósito que en última instancia busca la supervivencia, en este caso es evidente que no de los individuos de forma particular, pero si de la especie en un modo mucho más amplio.

Un ejemplo de ello lo encontramos en las salamandras de dedos largos (Ambystoma macrodactylum). Así un equipo de la Universidad Estatal de California, East Bay descubrió que cuando el hambre aprieta, las larvas de esta especie pueden volverse más propensas a mordisquearse entre ellas y, llegado el momento, a comerse unas a otras. Todo parece estar mediado por un mecanismo químico-hormonal en el que a medida que las poblaciones de dichas especies aumentaban y la comida escaseaba, un incremento en la cantidad de una hormona conocida como epinefrina, podía propiciar que estos animales atacaran a sus semejantes para sobrevivir.

Otro ejemplo un tanto parecido es que se produce en otros anfibios como las salamandras tigre –Ambystoma tigrinum- y los sapos de espuelas (Pelobates cultripes). En este caso, cuando un estanque se halla repleto de larvas, algunos renacuajos hacen una transición a lo que se conoce como una «morfología caníbal» en la que aumentan su volumen y generan unas mandíbulas abiertas tachonadas de pseudocolmillos que les facilita comerse a los suyos. Morfos caníbales similares surgen en ácaros o moscas de la fruta, (cuando se trata de invertebrados parece ser que la hormona implicada es la llamada octopamina) cuyas larvas caníbales están armadas con un 20% más de dientes en sus ganchos bucales que sus contrapartes.

En el caso de las larvas del sapo neotropical gigante, la estrategia es más curiosa aún. Lejos de volverse un depredador de congéneres, su método es defensivo y cuando los sapos caníbales están al acecho, las larvas de esta especie aceleran su crecimiento y desarrollo tratando de volverse demasiado grandes como para ser engullidos por los adultos, a veces por sus propios padres.

Gecko: canibalismo en el desierto

Sin embargo, estas estrategias de supervivencia basadas en el canibalismo no se dan únicamente en especies pequeñas y cuya ecología es hasta cierto punto desconocida. En algunas especies de tiburones, por ejemplo, esta lucha por la supervivencia comienza en el propio útero de la madre, donde es sabido que las crías de tiburón se devoran unas a otras antes de nacer en un proceso conocido como canibalismo intrauterino.

Tan siquiera los mamíferos están a salvo de las consecuencias que el hambre puede provocar dando lugar a este comportamiento. Así, encontramos los casos no tan excepcionales en los que las madres que devoran a algunas de sus crías ante la falta de recursos y la imposibilidad de que todas ellas sobrevivan. Son hechos observados en especies como los osos polares, los guepardos, y en ocasiones en perros, donde ante la imposibilidad de amamantar a camadas muy grande de estos, la madre opta por alimentarse del más débil.

En los leones, aunque las razones puedan diferir, se ha observado del mismo modo esta tendencia al canibalismo. En este caso se produce cuando un nuevo macho dominante llega a una manada de leonas, matando y comiéndose a la crías de estas con el motivo de que las hembras vuelvan a entrar en celo y ser él mismo el que transmita sus propios genes a la siguiente generación.

Desde una perspectiva humana, suena a que se trata de una dura existencia la de estos animales, sin embargo, no tanto para la especie. En la mayoría de los casos, el resultado final de este canibalismo es positivo: una población menos poblada y más sana en algunos casos, la mera supervivencia de los individuos más aptos en otros. Por sobrecogedor que pueda resultar, el canibalismo puede ser uno de los contribuyentes clave al equilibrio en la naturaleza.

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