El yak es uno de los rumiantes más grandes que vive en las zonas con mayor altitud media del mundo y estáfisiológicamente adaptado a un entorno hipóxico -pobre en oxígeno- y frío. El yak doméstico –Bos grunniens– vive normalmente entre 3.000 y 5.000 metros sobre el nivel del mar, mientras que el yak salvaje -Bos mutus-, el antepasado del yak doméstico, habita en elevaciones de 4.000 a 6.000 metros en la meseta del Tíbet.

Los mamíferos no nativos de estas áreas de gran altura, entre los que se incluyen los humanos, pueden experimentar problemas pulmonares y cardíacos graves después de la exposición a condiciones hipóxicas. Sin embargo, este no es el caso de los yaks salvajes y domésticos, quese han adaptado a condiciones de bajo nivel de oxígeno durante millones de años, un hecho por el cual los científicos siempre han sentido curiosidad.

Ahora, no obstante, para explorar cómo se han adaptado los yaks a estos entornos a lo largo de los siglos, el investigador del Instituto del Noroeste de Biología de la Meseta, Qi-En Yang y sus colegas combinaron datos genómicos y transcriptómicos para obtener una imagen de alta calidad del genoma de los yaks domésticos y salvajes y elaboraron un mapa de sus diferentes tipos de células pulmonares. Los resultados de la investigación se publican esta semana en la revista Nature en un artículo titulado Long read genome assemblies complemented by single cell RNA-sequencing reveal genetic and cellular mechanisms underlying the adaptive evolution of yak.

Yak salvaje - Bos mutus

Los autores identificaron 127 genes que se expresaban de manera diferente en los yaks en comparación con el ganado europeo e identificaron un subtipo de células endoteliales que solo se encuentra en el tejido pulmonar de los yaks, demostrando, además, que este tipo de célula específico de los yaks expresa genes potencialmente involucrados en la adaptación a grandes altitudes.

Los autores concluyen que sus hallazgos brindan una valiosa información sobre las adaptaciones genéticas de los yaks a las alturas, y tienen importantes implicaciones para comprender las respuestas tanto fisiológicas como patológicas de los grandes mamíferos y los humanos a las condiciones pobres en oxígeno.

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