El instante llegó a la 1.38 de la madrugada española del 12 de septiembre de 2022. Carlos Alcaraz botó seis veces la pelota antes de que su brazo izquierdo la lanzara al cielo, toda una vida predestinada en esa esfera amarilla que rebotó contra el suelo y voló hacia la historia, sin oposición. En apenas un segundo, había quedado escrita: 19 años, 4 meses y 6 días tiene el nuevo ganador del US Open, el número uno del tenis mundial.

Alcaraz siempre quiso llegar aquí, siempre se vio capacitado y con espacio para cargar con la inmensa mochila de expectativas que entre todos colocamos en sus espaldas. A los 16 años, cuando un chico no sabe todavía ni qué ponerse el próximo sábado noche, el niño de El Palmar no dudaba: «Quiero ser el número uno del mundo», repetía. Y le creíamos, porque salía a la pista y su juego era deslumbrante. Mientras Nadal seguía acumulando gloria, el rumor sobre la tormenta en camino iba creciendo y en el espejo del mallorquín comenzaba a insinuarse el reflejo diluido de Carlitos. Sí, de momento llámenle Carlitos porque así lo desea.

La joya se ha ido puliendo con mimo. A Murcia llegó Juan Carlos Ferrero hace cuatro años para moldear al chico, pura potencia sin control, y se lo llevó a su academia: le explicó cómo, cuándo, dónde y por qué, y el proceso de maduración siguió la receta paso a paso. Había tenis y los flecos se fueron arreglando: un invierno de huésped en el gimnasio esculpiendo su cuerpo y un constante trabajo mental para evitar algunos apagones en pleno partido propios de la edad. ¿O jugaban ustedes ante miles de personas cada día cuando tenían 17 años?

La explosión llegó este año, cuando Alcaraz se instaló definitivamente entre la élite del mundo de la raqueta y se erigió en el líder de esa manada respondona y hambrienta por echar a los reyes de la selva: con Federer casi apagado, Nadal y Djokovic han mantenido su aura a salvo, pero el destino no admite cambios de guion y el relevo tenía que llegar. Alcaraz, el chico del que todos hablábamos, ya está aquí y en apenas dos años ha conseguido ser el mejor. Su sueño se ha cumplido y su abuelo no podrá estar más feliz. «Cabeza, corazón y cojones», le repetía Carlos Alcaraz Lerma a su nieto una y otra vez. Ha habido un poco de todo.

Ahora, dejémosle disfrutar, que ya habrá tiempo de ponerle un nuevo desafío a su altura. ¿Conseguir un reflejo más nítido en el espejo de Rafael Nadal? Quién sabe, el chico de El Palmar parece capaz de todo. Él lo sabe y nosotros, ahora, también.

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