Joan Laporta apareció el domingo en el Camp Nou con gafas de sol para las fotos que le hicieron antes de salir al palco, y una vez hubo saludado al presidente del Valladolid se las quitó y todo el mundo pudo ver su ojo morado. El aspecto era el de haber recibido un puñetazo. La zona morada, por encima y debajo del ojo, es la propia de este tipo de agresión, perfectamente compatible con la vida, sobre todo nocturna, que lleva en los últimos meses el mandatario azulgrana. No sólo está gordísimo de comer -en Botafumeiro, como explicó ABC, no sólo terminó con las existencias de marisco gallego en la ciudad sino que dio en los postres despacho a cuatro porciones de distintos pasteles, con tres bolas de helado de avellana bautizadas con chocolate fundido- sino también de beber fuerte, entre vinos y destilados, algunos bastantes casposos, como esa absurda manía que tiene de añadirle al café unas gotas de Cointreau. Unos excesos conducen a otros y dado el carácter presidencial, siempre dispuesto al choque directo, no sería de extrañar que algún malentendido hubiera terminado en enfrentamiento abierto. Esto es lo que enseguida estuvo en la mente de los que le conocen y sus amigos cuando ante el asombro general, mostró su moratón desde su butaca en el palco. Durante el partido, el club explicó en un comunicado que la llamativa hinchazón se debía «a un accidente doméstico sin importancia». Al finalizar el partido, Jan habló con algunos de sus amigos y les explicó que había pasado el fin de semana en el sur de Francia con una amiga, y que en un embarcadero, resbaló saliendo de la barca. La versión del embarcadero es la que también confirmaron varios miembros de su directiva, pero la excusa del resbalón es la que suelen dar los presidiarios cuando de repente aparecen con un morado como el de Laporta y no quieren que les acaben de romper la cara por chivatos. Que sea perfectamente plausible que Laporta -torero- estuviera en fin de semana en un embarcadero con una acompañante no quita que su morado sea el de una agresión y no el de una caída. Además, un embarcadero en el sur de Francia no es «doméstico» ni siquiera para el presidente de la República Francesa, de modo que el club mintió abiertamente. Un club con la credibilidad tan escasa, y con unas actuaciones tan dudosas en los últimos tiempos, no puede faltar a la verdad en algo de comprobación tan fácil, sobre todo si el presidente difunde por detrás la versión contraria. El Barça tendría que disculparse y aclarar lo ocurrido. Explicar si su presidente estuvo en el sur de Francia, si la lesión se debió al resbalón que él explica y sobre todo quién pagó el viaje, porque justo antes de que Jan fuera presidente estaba para que le dieran dos euros, y resulta poco creíble que ahora de su bolsillo, siendo el cargo que ocupa honorífico y por lo tanto no retribuido, pueda sufragar tan boyantes escapadas de fin de semana con amigas de esas que a él le gustan y que no son de fácil conformar, ni barato. Quizá no son tan onerosas como Corina, ni un embarcadero es un elefante, pero tal vez Laporta tendría que presentar alguna excusa por habernos engañado, aunque en su caso todos sabemos que «volverá a ocurrir». De todos modos, por las muy concretas características del moratón, y porque a pesar de todo la verdad siempre se acaba sabiendo, sería oportuno y hasta necesario que el Barcelona reflexionara sobre qué próxima versión da de los hechos, porque si mentir una vez es grave, en caso de reincidencia habría que exigir responsabilidades. Un vecino de Sant Cugat, población cercana a Barcelona en la que tiene Laporta fijada su residencia, aseguró haberle visto en pésimas condiciones regresando a su hogar, «en esas horas en que no se sabe si aún es la noche o ya la mañana, con el ojo amoratado, descamisado, como si hubiera recibido una paliza». Es una percepción que puede estar equivocada. Cierto. Tan cierto como que el Barça ha de saber que una mentira no es una equivocación, sino una estafa.

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