Hay que reconocer que siempre, o casi, Lille ha gozado (o sufrido) de mala prensa. Queda claro en una de las películas más taquilleras del cine francés: ¡Bienvenidos al norte! / (¡Bienvenue chez les ch’tis!, 2008). En ella aparece como un territorio brumoso, en un norte polar, con un idioma incomprensible, el ch’ti, que más que una forma de hablar es una forma de comer, comportarse, vivir. Pues no. Todo eso es puro cliché. Cierto es que algunos parámetros se prestan a ese extrañamiento; sobre todo, su condición periférica extrema, no solo en lo geográfico (está a un paso de Bélgica), sino también en su biografía: antes de anclar en el reino de Francia pasó por varias manos; entre otras, las del imperio Español, que levantó allí un último y bellísimo edificio bajo su dominio: la Vieja Bolsa (1652).

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