A Brihuega la llaman el Jardín de la Alcarria. Y le dicen bien. Porque la comarca de la Alcarria es un páramo pelado. Y Brihuega, para llevar la contraria, está rodeada de huertos y arboledas (los del río Tajuña), de fuentes (las 14 que hay en la villa) y de parques sombríos: el de María Cristina, el del Molinillo, el Prado de Santa María… Para llevar también la contraria, esta localidad en la provincia de Guadalajara es un jardín que, cuando más florido está, es en verano. En julio revientan de color los campos de lavanda briocenses: más de mil hectáreas de florecillas violáceas que atraen a enjambres de turistas. Los visitan por libre o en grupos guiados, en coche, a pie, en bici, en moto… hasta volando en globo. En agosto se siegan las flores, pero su aroma, lejos de atenuarse, se multiplica: las destilerías producen entonces cantidades industriales de aceite esencial y las tiendas locales reponen sus existencias de jabones, cremas, velas, mieles, mikados, bolsitas perfumadas…

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