La salida de Leo Messi es una realidad que ni mucho menos puede resultar sorpresa a los barcelonistas. El capitán argentino ya lleva tanteando la posibilidad de irse desde mucho antes de que se confirmase de manera oficial, al ver que ni el proyecto deportivo ni lo que le ofrecen económicamente está a la altura de lo que él cree merecer.
La relación de Messi con el Barça, club de su vida, tiene un punto de no retorno el día que le empiezan a buscar las vueltas desde Hacienda. Pasar por los Juzgados supuso un trauma para el jugador, especialmente porque consideró que no fue del todo apoyado por la directiva culé como se esperaba. Los títulos, sin embargo, seguían llegando y las renovaciones lo mismo. La última la firmó con Josep María Bartomeu, que a la postre fue quien le hartó.
El expresidente culé fue una de las víctimas del ‘Messigate‘ que se produjo después de la temporada 2019/20, que culminó con un vacío de trofeos en las arcas blaugrana por primera vez en muchos años. Ese mismo verano, Messi envió el ya famoso burofax para hacer valer una cláusula de su contrato según la cual podía quedar libre para negociar antes de que comenzara la campaña 2020/21.
Tras un tira y afloja que se llevó por delante al propio Bartomeu, acosado por varios flancos (el ‘Barçagate’, la presión de la afición, la posible marcha de Messi…), acordó que se sentaría con el nuevo presidente a negociar su futuro. La vuelta de Laporta, con quien el argentino tenía una gran relación, parecía que iba a solucionarlo todo.
El propio Laporta había dicho que todo iba bien, y el gesto de Messi de ir a votar (algo que no había hecho nunca) apuntaba a que se iba a resolver de manera satisfactoria.
Las cuentas no dan
Mientras el Barcelona perdía la Champions y LaLiga, pero ganaba la Copa del Rey, Laporta ordenaba una auditoría externa a PWC que estimase la situación económica real del club. Se encontró que era mucho peor de lo esperado, hasta el punto de que tuvo que volver a pedir una rebaja salarial notable a todos los jugadores.