Celsius, Kelvin, Fahrenheit… ¿Para qué necesitamos tantas escalas para medir algo tan simple como la temperatura?
Es posible que alguna vez te hayas hecho esa pregunta buscando entender por qué convertimos algo tan simple en un concepto tan complicado. Pues bien, la respuesta es muy sencilla: la temperatura es mucho más compleja de lo que parece a simple vista.
A lo largo de los años, los científicos han intentado buscar la manera más efectiva y precisa de medir esa magnitud omnipresente que moldea todo lo que nos rodea, desde las partículas más minúsculas, hasta los confines del Universo.
Así, esas tres herramientas de medición surgieron como métodos fundamentales para comprender el calor, cada uno en una situación muy determinada: desde la elegante simplicidad del Celsius, hasta la visión absoluta del Kelvin y la familiaridad del Fahrenheit, cada una de ellas permiten interpretar el mundo que nos rodea con una asombrosa claridad y precisión.
CELCIUS: LA ESCALA DE LA CIENCIA COTIDIANA
La escala Celsius, bautizada así en honor al astrónomo y físico sueco Anders Celsius, es la que nos resulta más cercana de todas, coronándose casi como una piedra angular de la medición de la temperatura en el día a día.
Desde su origen en 1743, esta escala se ha asentado como propia de una gran variedad de disciplinas, desde la química a la meteorología, gracias a simplicidad y a su conexión directa con las propiedades del agua: a 0ºC se produce la fusión y a 100ºC la evaporación.
Fueron justo estas características las que usó el sueco Celsius para definirla, convirtiéndola desde ese momento en una omnipresente de la vida cotidiana. Por esta razón, su adopción global se basa, no solo en su utilidad práctica, sino también en su capacidad para proporcionar una medida estándar que trasciende las fronteras culturales y disciplinarias, facilitando la comunicación alrededor de todo el mundo.
KELVIN: LA ESCALA ABSOLUTA DEL UNIVERSO
Por su parte, la escala Kelvin fue nombrada en honor al físico británico Lord Kelvin, y representa un hito en la medición de la temperatura al ofrecer una perspectiva absoluta para cualquier sustancia. Esta escala sitúa su punto de partida en el cero absoluto, es decir, el punto en el cual las partículas de un sistema tienen el mínimo movimiento térmico posible: el nulo.
Ahora bien, este estado es prácticamente inalcanzable por ningún objeto, pues el cese de movimiento o vibración de las partículas es algo casi imposible. No obstante, esta definición la convierte en una escala universal, aplicable de forma directa a cualquier sistema del Universo formado por múltiples partículas; es decir, todos.
Quizás lo más notable de la escala Kelvin es su capacidad para ofrecer una comprensión clara y precisa de los fenómenos térmicos del Cosmos. Al eliminar la dependencia con las propiedades de cualquier sustancia, esta escala nos permite explorar cualquier tipo de región, desde el interior de las estrellas hasta los confines de la galaxia.
Además, su relación directa con la escala Celsius, donde cada grado Kelvin es idéntico en tamaño a un grado Celsius, facilita la conversión entre ambas, promoviendo así su adopción en la investigación científica y su sencilla transformación para comunicados fuera del ámbito más técnico.
FARENHEIT: LA ESCALA ARRAIGADA A LA HISTORIA
Finalmente, la escala Farenheit, concebida por el alemán Daniel Gabriel Farenheit en el siglo XVIII, refleja una perspectiva muy diferente en la medición de la temperatura, mucho más arraigada a las costumbres de aquella época.
A diferencia de las escalas Celsius o Kelvin, con unos puntos de referencia muy bien situados, Fahrenheit dividió inicialmente el rango entre los puntos de congelación y ebullición del agua en 32 partes iguales. Así, para la escala Fahrenheit, el hielo comenzaría a derretirse a los 32 grados, y el agua pasaría a estado gaseoso a los 212º.
Aunque es cierto que la adopción de este tipo de escala ha disminuido entre la comunidad científica, se trata de un tipo de medición que ha sobrevivido en ciertos lugares como una medida del día a día, como es el caso de Estados Unidos.
De hecho, aunque puede parecer menos universal que Celsius o Kelvin, su presencia en la meteorología estadounidense y en la regulación de sistemas de calefacción la hacen un recurso cotidiano en esta zona del mundo. ¡Prácticamente igual que los Celsius para nosotros!