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No empezó nada bien España. Los interiores, protagonistas del partido anterior, estaban tapados. Adiós a la efervescencia de Carlos Soler; en cuanto a la de Llorente, la testarudez ya mitológica de Luis Enrique lo devolvió al lateral. España dependía del escalonamiento Koke-Busquets, que dicho así suena a algo, pero en la realidad visual era como el cambio de guardia de dos caracoles. España parecía un código QR que no termina de cogerse y Kosovo inquietaba a una defensa tan blanda y ‘tocatriz’ que parece un emblema de la nueva masculinidad.

La cosa estaba mal para Luis Enrique, pero a la vez había algo digno de admiración: después de echarse encima al periodismo madridista, decidía hacer lo mismo con el colchonero (que no es manco) negándoles otra vez lo de Llorente. En este entrenador hay un sentido de la independencia artístico, suicida. Le gusta rozar el pitón.

Pero en ese momento en el que los pulgares impacientes empiezan a apuntar al suelo, Fornals, que debutaba de titular, apuesta suya, marcó un golazo que se celebró con suspiros de alivio. Esto resume la España de Luis Enrique: hay un constante claroscuro, un agridulce, un vaso siempre a medio llenar, un surtido paritario o al menos opinable de acierto y error. Por mucho que se le pueda criticar, en cada partido hay aciertos innegables, y el de Fornals era uno. Luis Enrique está sabiendo detectar y reconocer buenos estados de forma. Fornals está muy bien y entra de titular y lo hace rápido y bien colocado en el dibujo, como ya hiciera Carlos Soler.

Esos cambios le dan a la selección un punto aleatorio como de equipo del comunio (la banda: Reguilón y Fornals), con onces que el aficionado no acaba de reconocer. Esto se le critica a L. Enrique, pero a la vez se le podría reconocer que introduce el mérito en la selección, que quiere aprovechar de manera inmediata los picos de forma, integrarlos en una estructura más o menos hecha. Al hacerlo, además, revuelve las pocas jerarquías de nuestro fútbol: en su día fue clave Olmo, luego Soler, ahora Fornals… Aquí hay una evidencia de trabajo, de olfateo del mérito y de una gran verdad del fútbol: el estado de forma.

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