A1-1427747508-U84132855601ldj-620x349@abFaltaba que el rojo y el blanco de la bandera de Hungría fueran más predominantes y allí fueron 500 sevillistas para inundar de «colorao» combinado con blanco las calles de Budapest. Mientras las autoridades de Alemania y el país húngaro se lamentaban por el riesgo que podría suponer la presencia de los aficionados en la Supercopa de Europa, los sevillistas, desatados ante tanta complicación, enarbolaban sus colores. Hasta las trancas. En el corazón. Desde que salieron, desde distintos puntos del panorama local, nacional e internacional, y hasta que se fueron, tomando el avión de vuelta a las 03.30 de la madrugada, Budapest sintió el calor de Nervión en una tarde de septiembre. El silencio se fue y la alegría se quedó durante unas horas. Arte, al fin y al cabo. Hasta algunos lugareños, sorprendidos, aplaudieron el ánimo de los sevillistas. A diferencia de otras ocasiones, los organizadores de la Supercopa de Europa fueron tremendamente exhaustivos en los controles de entrada. En la llegada al aeropuerto Ferenc Liszt, y nada más salir del avión, varios miembros de seguridad privada esperaban a los aficionados para tomarles la temperatura y para que pasaran por las distintas máquinas establecidas para la limpieza de manos. Después, y tras comunicar algunos operarios que aquel hincha que quisiera ir al baño debería hacerlo en ese momento, los sevillistas se dividieron en filas de cuatro para ir pasando a un severo control con la policía húngara. Primero, pidieron el documento que acreditara a la persona; después, el certificado en el que se autentificara que no estaba contagiado por coronavirus tras la realización del PCR, y, por último, la entrada para el partido. El proceso duraba unos cuatro minutos por aficionado, lo que hizo que la espera se hiciera interminable. Para más inri, y con el fin de que los aficionados no entraran en las terminales del aeropuerto, los hinchas fueron invitados a subir en unos autobuses que aguardaban en las pistas del aeropuerto. Más de una hora después, los autobuses con los aficionados sevillistas salieron escoltados por la policía. Ya en el estadio, los hinchas tuvieron que pasar de nuevo por otro control de temperatura con unas cámaras instaladas en el techo de un túnel colocado para la ocasión. En el interior del mismo, además de la pertinente seguridad con policías y control privado, también fue llamativo ver la figura de los observadores, personas que se dedicaban a ver que el comportamiento de la afición fuera el adecuado, sobre todo, en torno a la distancia. Cualquier iniciativa era aplaudida. Gestos para la vuelta. Para la normalidad. El fútbol volvió a ser más fútbol. Y pese a que el experimento con público se desarrolló sin incidencias, la UEFA no se arriesgará a prolongarlo de momento ni en la Champions ni en la Europa League. Una cosa es un partido en campo neutral y otra distinta bregar con equipos de medio centenar de nacionalidades, con situaciones sanitarias y legislaciones distintas. La nueva normalidad futbolística tendrá que esperar.

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