Multitudes en Pennsylvania, Michigan, Minnesota, Virginia, California, Colorado y otros estados han salido a la calle para exigir el fin de las órdenes de quedarse en casa establecidas para frenar la epidemia de coronavirus, que se ha cobrado ya la vida de casi 41,000 estadounidenses.

Algunos argumentan que el cierre a gran escala de la actividad económica les ha arrebatado sus libertades, les ha hecho perder el empleo y los ha colocado en severas dificultades para cubrir sus necesidades. Piden a su gobernadores abrir su estados ya y los critican por “haber ido demasiado lejos” con las medidas de cierre para frenar al Covid-19.

Una protesta en Harrisburg, Pennsylvania, para exigir al gobernador de ese estado que levante ya el confinamiento y las restricciones a la actividad establecidas para frenar la epidemia de Covid-19. (AP Photo/Matt Slocum)

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Una protesta en Harrisburg, Pennsylvania, para exigir al gobernador de ese estado que levante ya el confinamiento y las restricciones a la actividad establecidas para frenar la epidemia de Covid-19. (AP Photo/Matt Slocum)

Y protestan concentrándose en multitudes mayores que las permitidas en los lineamientos para frenar la propagación de la enfermedad y en gran medida sin mantener distanciamiento social (en muchas de esas protestas se han visto personas prácticamente codo con codo) y sin portar mascarillas o coberturas faciales.

Con ello se colocan ellos mismos en alto riesgo de contagiarse de coronavirus se convierten en un vector adicional de propagación de la epidemia en  sus familias y comunidades.

Otras protestas han sido “sobre ruedas”: personas que llegan en  sus autos, sin bajarse de ellos, al centro de la ciudad para congestionar sus calles mientras hacen sonar las bocinas de sus vehículos y alzan la voz con exigencias y proclamas.

Ciertamente, esas personas tienen el derecho a manifestarse públicamente, a expresar sus ideas y a plantearlas a los gobernantes. Pero, en el presente contexto, las grandes concentraciones de personas son poco juiciosas y peligrosas tanto a escala individual como de salud pública. La expresión y planteamiento de ideas, quejas y exigencias debe prevalecer también en tiempos de epidemia, pero esimperativo hacerlo sin afectar los derechos de otros y sin poner en peligro la salud individual y general.

Ejercer, como se ha mencionado, el “derecho a contagiarse de coronavirus y de contagiar a los demás” es ciertamente problemático e imprudente. Por ello, esas manifestaciones resultan riesgosas y controversiales. Por añadidura, son sus aristas adicionales las que las vuelven aún más punzantes.

En realidad, gran parte de quienes han participado en esas protestas representan grupos marginales, usualmente vinculados a nociones de ultraderecha, anticientíficas, de fundamentalismo religioso e impregnadas de teorías conspirativas. No son representativas de la sociedad estadounidense.

En Lansing, Michigan, personas portando rifles de alto poder y carteles que incluyen símbolos nazis criticaron las medidas de cierre ante el coronavirus establecidad por la gobernadora de ese estado. (AP Photo/Paul Sancya)

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En Lansing, Michigan, personas portando rifles de alto poder y carteles que incluyen símbolos nazis criticaron las medidas de cierre ante el coronavirus establecidad por la gobernadora de ese estado. (AP Photo/Paul Sancya)

Muchos afirman que la pandemia ha cedido, cuando en Estados Unidos aún está al alza y no hay aún datos suficientes, vía test de diagnóstico de coronavirus y de anticuerpos, para comprender a cabalidad su tamaño y alcance ni para decidir, con base en la ciencia, cuándo y cómo reabrir.

Algunos incluso clamaron que el Covid-19 no existe, que su religiosidad les protege del contagio, que los medios de comunicación son el virus o que la epidemia es una maquinación demócrata para impedir la reelección de Donald Trump. Algunos acuden además a esas marchas para plantear otras exigencias, en ciertos casos han portado armas de alto calibre o han enarbolado banderas confederadas o incluso utilizado símbolos que evocan al nazismo.

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