Miles de personas de El Salvador, Guatemala y Honduras están huyendo de la violencia en una crisis humanitaria que tiene efectos en una de las naciones vecinas, Belice.

Desde hace décadas cientos de salvadoreños huyen hacía Valle de Paz, un pueblo beliceño creado con el apoyo de las Naciones Unidas, en la década de 1980, para darles acogida a las víctimas de la guerra civil. Ahora, con la ola de violencia de las pandillas, viene una nueva generación de salvadoreños.

Algunos de ellos logran establecerse, conseguir un empleo y criar a sus hijos. Ese es el caso de Jazmín, a quien el conflicto expulsó y ahora dice vivir feliz. «Podemos hacer vida; una hasta sin puertas. Dormir y que nadie te moleste, y por eso le dije a mi esposo: aquí nos vamos a quedar», asegura.

Otros sobreviven a duras penas y a pesar de los años siguen indocumentados: Max llegó hace 30 años por el conflicto en Guatemala luego de salvar su vida tras dos intentos de asesinato por haber estado infiltrado en la guerrilla.

La violencia ha marcado la vida de decenas de miles de personas en Centroamérica. Son emigrantes, exiliados o refugiados con sensaciones muy diferentes del país del que huyeron.

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